Fran es un chiquillo de 10 años, larguirucho, rubillo, de mirada pícara y vivaracha; está en cuarto de primaria y, aunque es travieso como corresponde a su edad, no es mal estudiante, al contrario, suele sacar buenas notas. En varias ocasiones había manifestado que le gustaría ser torero, pero, bueno, todos los críos eligen una profesión que, por las circunstancias que fuere le atrae temporalmente y que, con frecuencia van cambiando por otra.Aquella mañana de primeros de junio, en uno de esos ratos que la “seño” dedica a que cada uno cuente sus “cosas”, Fran va y suelta que José Luís Moreno es su ídolo, que le han llevado a la plaza a verle torear y que su padre le ha prometido llevarle a donde haga falta para que pueda conocerlo. Fran no ha cogido nunca un capote ni ha visto de cerca una muleta pero se reafirma en que quiere ser torero y en la gran ilusión que tiene por conocer a José Luís Moreno, máxime cuando ya le sabe triunfador de la feria de mayo.La “seño” pensó que merecería la pena facilitarle al chaval que viera cumplida su ilusión y que, además era una buena ocasión para trabajar sobre una de las tradiciones con más raíces de nuestra cultura y se puso manos a la obra; pidió permiso a la dirección del colegio y pulsó la opinión del resto de los niños de la clase que, rápidamente, se ilusionaron. Se contactó con el torero de Dos Torres que, pleno de sensibilidad, de forma inmediata, aceptó satisfacer la ilusión de su admirador, visitándolo en el propio colegio; se fijaron fecha y hora y los críos se pusieron a trabajar; crearon dibujos para obsequiar al torero y confeccionaron preguntas que realizarle, a la vez que se instruían sobre los trastos utilizados en el arte de Cúchares y en otros aspectos generales de la fiesta.Llegó el día esperado y, a la hora prevista, el torero se presentó en el colegio, subió a la clase de Fran y todos rompieron en un sonoro aplauso a la vez que gritaban “torero, torero”. Ciertamente fue muy emotivo ver como ese puñado de chavales le ofrecían tal homenaje. Las mesas de la clase se habían dispuesto, hábilmente, en “u” y todos los alumnos le tenían a la vista; Moreno se sometió a las sorprendentes preguntas que, por riguroso orden le iban haciendo los alumnos, platicó y bromeó con éllos durante largo rato, les firmó autógrafos y, se hicieron muchas fotos, pero la apoteosis llegó cuando el torero sacó un capote y, en medio de la “u”, enseñó a Fran a cogerlo y lancearon juntos, ante los “olés” y los aplausos de sus compañeros. Seguro que esos instantes, en los que todos disfrutaron, no se le olvidaran nunca al joven aficionado y es que, a veces, es tan fácil regalar un poco de felicidad.
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